Los terroristas no atacaron el Palacio del Elíseo –sede del gobierno francés—, otro edificio gubernamental o una base militar. Sus objetivos eran masacrar a miles de espectadores en un partido amistoso de fútbol, tirotearon restaurantes en un barrio popular, asaltaron un concierto de rock para alterar los escenarios de la vida cotidiana en París y provocar el miedo en la vida de los franceses que los extremistas detestan.
La capital gala ha sido el escenario del terror. Sus autores del atentado no solo quisieron amedrentar a los parisinos tomando el escenario del teatro Bataclán, en el Stade de France, y que no fueron elegidos por azar en París, ya que hoy no hay otro sitio más importante con tanto simbolismo que tiene en la lucha contra el extremismo islámico.
París brilla durante la noche como postal turística –los museos, Notre Dame, la torre Eiffel, el Sacré Cœur—por su joie de vivre, ése mítico hedonismo de sus habitantes. En la banlieue de la capital y y en el suburbio residen millones de inmigrantes extranjeros y franceses. En ésos barrios el desempleo, la pobreza y la discriminación demuestran el fracaso del modelo de integración del país galo.
Allí donde glamour es una palabra extraña, distinguen a los “Français de souche” (franceses de pura cepa) de aquellos que tienen sangre magrebí, africana o de otro país; donde convive la religión cristiana con cerca de cinco millones de musulmanes. La mayoría sufre la segregación cotidiana en una sociedad que se resiste aceptarlos, y el 70 por ciento de los presos en ésa nación europea son musulmanes, aunque éstos representan menos del 10 por ciento de la población total.
En los suburbios pobres de París trás las rejas, el lugar es fértil para las prédicas del Estado Islámico y otros grupos terroristas para encender el discurso xenofóbico de los partidos de derecha en Francia: Les Républicains del ex presidente Nicolas Sarkozy y el Front National de Marine Le Pen. Un aumento de la islamofobia alimentará el resentimiento entre los jóvenes musulmanes de los suburbios franceses.
El triunfo probable de la ultraderecha en las elecciones presidenciales de 2017 exacerbaría más aún la tensión.
Después de la masacre de Charlie Hebdo en enero pasado, los servicios de seguridad desmantelaron seis ataques organizados por militantes islámicos en meses posteriores. La lista de extremistas ronda los 1,200 nombres y unos 200 regresaron a Francia después de combatir junto a los yihadistas en Siria y los servicios de inteligencia franceses han reconocido su incapacidad para monitorear los movimientos de cada uno.
Las fronteras francesas en Europa suman 2,889 kilómetros (unos 256 km menos que el límite entre México y Estados Unidos). Ante semejante extensión es difícil impedir la infiltración de armas y terroristas.
Bajo la administración del socialista François Hollande, el ejército francés ha copiado el papel tradicional de Estados Unidos y el Reino Unido en la guerra contra el terrorismo en Europa.
En 2013 Francia intervino militarmente en Mali para combatir a la rama de Al Qaeda en el Magreb (AQIM). Desde entonces ha mantenido una presencia militar en la región del Sahel, donde apoya a Mauritania, Mali, Burkina Fasso, Níger y Chad, en la lucha contra los grupos armados yihadistas.
La aviación francesa participa en los bombardeos contra el Ejército Islámico con una docena de aviones y sumará al portaaviones nuclear Charles de Gaulle.
La promesa de Hollande de responder “sin piedad” a los atentados anuncia una mayor presencia de tropas francesas en el Medio Oriente al considerar al Estado Islámico de “enemigo número uno” en estado de guerra.
Desde el viernes 13 de noviembre 2015 no será fácilmente olvidado al ser el día que quedará como un triste recuerdo de terror y muerte que empañará el esplendor de "la ville lumiére parisina".
La capital gala ha sido el escenario del terror. Sus autores del atentado no solo quisieron amedrentar a los parisinos tomando el escenario del teatro Bataclán, en el Stade de France, y que no fueron elegidos por azar en París, ya que hoy no hay otro sitio más importante con tanto simbolismo que tiene en la lucha contra el extremismo islámico.
París brilla durante la noche como postal turística –los museos, Notre Dame, la torre Eiffel, el Sacré Cœur—por su joie de vivre, ése mítico hedonismo de sus habitantes. En la banlieue de la capital y y en el suburbio residen millones de inmigrantes extranjeros y franceses. En ésos barrios el desempleo, la pobreza y la discriminación demuestran el fracaso del modelo de integración del país galo.
Allí donde glamour es una palabra extraña, distinguen a los “Français de souche” (franceses de pura cepa) de aquellos que tienen sangre magrebí, africana o de otro país; donde convive la religión cristiana con cerca de cinco millones de musulmanes. La mayoría sufre la segregación cotidiana en una sociedad que se resiste aceptarlos, y el 70 por ciento de los presos en ésa nación europea son musulmanes, aunque éstos representan menos del 10 por ciento de la población total.
En los suburbios pobres de París trás las rejas, el lugar es fértil para las prédicas del Estado Islámico y otros grupos terroristas para encender el discurso xenofóbico de los partidos de derecha en Francia: Les Républicains del ex presidente Nicolas Sarkozy y el Front National de Marine Le Pen. Un aumento de la islamofobia alimentará el resentimiento entre los jóvenes musulmanes de los suburbios franceses.
El triunfo probable de la ultraderecha en las elecciones presidenciales de 2017 exacerbaría más aún la tensión.
Después de la masacre de Charlie Hebdo en enero pasado, los servicios de seguridad desmantelaron seis ataques organizados por militantes islámicos en meses posteriores. La lista de extremistas ronda los 1,200 nombres y unos 200 regresaron a Francia después de combatir junto a los yihadistas en Siria y los servicios de inteligencia franceses han reconocido su incapacidad para monitorear los movimientos de cada uno.
Las fronteras francesas en Europa suman 2,889 kilómetros (unos 256 km menos que el límite entre México y Estados Unidos). Ante semejante extensión es difícil impedir la infiltración de armas y terroristas.
Bajo la administración del socialista François Hollande, el ejército francés ha copiado el papel tradicional de Estados Unidos y el Reino Unido en la guerra contra el terrorismo en Europa.
En 2013 Francia intervino militarmente en Mali para combatir a la rama de Al Qaeda en el Magreb (AQIM). Desde entonces ha mantenido una presencia militar en la región del Sahel, donde apoya a Mauritania, Mali, Burkina Fasso, Níger y Chad, en la lucha contra los grupos armados yihadistas.
La aviación francesa participa en los bombardeos contra el Ejército Islámico con una docena de aviones y sumará al portaaviones nuclear Charles de Gaulle.
La promesa de Hollande de responder “sin piedad” a los atentados anuncia una mayor presencia de tropas francesas en el Medio Oriente al considerar al Estado Islámico de “enemigo número uno” en estado de guerra.
Desde el viernes 13 de noviembre 2015 no será fácilmente olvidado al ser el día que quedará como un triste recuerdo de terror y muerte que empañará el esplendor de "la ville lumiére parisina".
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